Una introducción al Zen
por Josep Manuel Sōsen Campillo, director del Centre Zen Nalanda
La meditación Zen no tiene finalidad. El no-beneficio es su esencia. Hay
que sentarse a meditar sin ambicionar nada, sin esperar lo que nos aliviará,
calmará, o permitirá abrir nuestra mente. Si nos sentamos con esa ambición,
fracasaremos. Pero la paradoja es que afrontándolo así, se nos abrirá algo.
¿Qué? Cada cual lo hallará. La meditación es un camino individual. Cada cual
tiene su experiencia. Yo no soy tú, tu no eres yo.
Todo eso se nos abre si sabemos leer nuestra propia práctica porqué la
meditación Zen va a la raíz de todo. “Según
son las raíces, las hojas se extienden hacia arriba; el tronco y las ramas
comparten la esencia”, dice el maestro Sekito Kisén en el Sandokai. Zen es
un encuentro íntimo con el verdadero espíritu de la persona, donde tienen lugar
las creaciones de nuestra mente, la formación de nuestros pensamientos, que es
lo que realmente lastra o proyecta nuestra propia y real naturaleza. Zen es un
despertar de nuestra parte más intuitiva y creativa. Es alcanzar una mayor
consciencia del momento presente: cómo vivo, cómo trabajo… Es la antesala del
gran cambio.
Los principios del Zazén
Tres son los grandes principios en los cuales descansa la práctica de Zazén, la Meditaciòn Sentada Zen:
la postura, el estado de la mente y el espíritu de práctica. En la postura del
cuerpo, ésta debe ser la adecuada, ni demasiado cómoda para que nuestro estado
de calma no nos conduzca al sueño, ni tan incómoda que nos resulte ser dolorosa
y nos bloquee la mente. Tenemos que poner en meditación nuestro cuerpo. Cada
una de sus partes, de sus miembros, de sus órganos, de sus células debe entrar en
meditación. Tenemos que hacer que el cuerpo medite, sino difícilmente se lo
podremos inducir a nuestra mente. El cuerpo manda instrucciones a la mente, tal
como la mente se los manda al cuerpo y nos hace mover tal mano o tal pierna. El
segundo principio, el del estado de la mente, debe ser el de no-pensamiento: pensar sin pensar. Y
el tercero, y no por ello menos importante, es el de realizar nuestra práctica
sin ánimo de provecho (mushotoku), sin afán de desear obtener un beneficio. No hay que
esperar nada de nuestra meditación. Lo dicho: sólo sentarse.
Pero ¿qué es el no-pensamiento? Es dejar que nuestros pensamientos
discurran tranquilamente por nuestra mente. Sin detenernos en ellos por muy
importantes o interesantes que nos parezcan. En no seguir su argumentación. En
no dejarnos seducir por ellos o en no dejarnos alimentar en nuestras pasiones.
Ni tampoco es rechazarlos, ni juzgarlos, ni querer interponer una barrera entre
ellos y nosotros. Es dejar que vayan pasando, tal como las nubes atraviesan una
gran montaña, que no se detienen en ella. Llegan. Se posan y luego se van. Esto
es no-pensamiento, hishiryo, más allá del pensamiento.
Esta actitud mental no es otra cosa que el inicio de un proceso de vaciado
de nuestro interior. Un volcado de nuestra memoria residente, hablando en
términos actuales. Es aprender a soltar. A abrir la mano del pensamiento, que
dice el maestro Kōshō Uchiyama. A no retener nuestros pensamientos en nuestra mente por
muy dolorosos o sugerentes que nos sean. Dejar pasar. Todo ello está en nuestro
interior, bueno o malo, no importa. Hay lo que hay. Es lo que es. Hace mucho
tiempo, un monje novicio le preguntó al Venerable abad Hōju Chinshu:
"Cuando cientos de miles de
miríadas de fenómenos acuden a mí a todos la vez, ¿qué debo hacer al
respecto?". El Venerable respondió: "No pretendas controlarlos”.
La esencia de lo que dijo Chinshu era deja que venga lo que tenga que
venir ya que, en cualquier caso, no se puede influir sobre lo que viene” y que,
incluso, si uno quisiera considerar cómo se podrían controlar las condiciones, aquellas
estarían más allá de ser controladas. Ahí radica todo. Es la liberación de
nuestros miedos, fobias, prejuicios, deseos, de la losa del pasado, de la
incertidumbre por el futuro… es ganar en libertad porqué, más allá de lo rechazamos
o aceptamos está el ser real. Y eso es la libertad verdadera. Taisén Deshimaru
escribió:
“En nuestra vida cotidiana nuestro
cuerpo y espíritu se mueven sin cesar; durante zazén también hay algunas
personas que se mueven, que continúan persiguiendo sus pensamientos, pero el
hecho de encontrarse en la postura nos da una visión a distancia de nuestra
propia conciencia. Nuestros pensamientos aparecen y después pasan, es sobre
todo importante mirarse a uno mismo”.
Esta práctica que imponemos a nuestra mente no es otra cosa que un
entrenamiento de ésta para luego saber administrar nuestra vida bajo parámetros
distintos conducentes a nuestra felicidad y de los seres que nos rodean. Si
aprendemos a dejar pasar nuestros pensamientos, luego, en nuestra vida
cotidiana, aprenderemos a actuar sin que nuestros pensamientos nos atenacen y
actúen por nosotros. Actuar por miedo no es libertad. Actuar inducido por el
deseo no es libertad. Actuar en base a nuestros prejuicios o dogmas no es
libertad. Y es que no nos damos cuenta de que cuando alcanzamos eso que habita en
nuestra ilusión y nos empuja, luego sigue permaneciendo en nosotros la angustia
o el vacío. La verdadera libertad es la que lo sacia todo, la que surge de
nuestra naturaleza original, la que existía al nacer y la que existirá en
nuestra muerte.
La plena libertad, la liberación de la mente
Por tanto, la constancia en la práctica de Zazén será un medio para la
realización de la actualización de nuestra vida tal como es, ahora y aquí. Completamente
despiertos. Viviendo efectivamente la vida. Superando las ilusiones de la
mente, que nos empujan siempre a perseguir un objetivo o alcanzar algo. Actuando
sin miedo a perder o afán de ganar. Sin aferrarnos a nada. Sin un sentido
discriminatorio de la conciencia: esto es bueno, esto es malo, esto me gusta,
esto lo rechazo... Todo es uno, porqué todo conforma la realidad tal cual es y
la vive el ser, dice Uchiyama.
Llegados aquí, la meditación muestra la evidencia de que su práctica puede tener
efectos terapéuticos en nosotros, pero no hay que obsesionarse con ello, pero si nos damos cuenta de su
real calado comprobaremos que la práctica del Zen es más que una novedosa
terapia procedente del lejano oriente. Es la balsa que nos permite atravesar el
proceloso río de la vida para aprender a vivir la propia experiencia vital y a abrirse
a una mejor vida personal. Es un Camino de vida.
Una mejor vida personal, y no de riquezas estamos hablando, comporta una
mayor empatía con nuestro entorno, con las personas que nos rodean, con nuestro
entorno, que también se acaba contagiando con nuestra buena actitud, y esos
contagian a otros como las ondas que genera una pequeña piedra caída en el
centro de un estanque. Es la revolución tranquila.
La visión directa disipa la ignorancia
Para estar completamente vivo hay que desarrollar el máximo de atención. Cuando los efectos de la meditación y de la práctica de la atención plena se reflejan en la vida, la verdad se convierte en una manera de ser y las acciones se encuentran en armonía natural con su entorno. La mente profunda, la que se despierta con la meditación, constituye la fuente de la comprensión y la clave para llegar a comprender tanto el funcionamiento de los sentidos y de los pensamientos como del mundo que nos rodea. En relación a todo esto, leí lo siguiente del monje Tarthang Tulku: “Independientemente de cuán larga haya sido la noche, la luz disipa instantáneamente la oscuridad. Y de la misma manera, la visión directa de la naturaleza de la mente disipa la ignorancia, no importando el tiempo en que hayamos estado bajo su dominio”. Dice el maestro Tozán en el Hokyō Zammai:
Para estar completamente vivo hay que desarrollar el máximo de atención. Cuando los efectos de la meditación y de la práctica de la atención plena se reflejan en la vida, la verdad se convierte en una manera de ser y las acciones se encuentran en armonía natural con su entorno. La mente profunda, la que se despierta con la meditación, constituye la fuente de la comprensión y la clave para llegar a comprender tanto el funcionamiento de los sentidos y de los pensamientos como del mundo que nos rodea. En relación a todo esto, leí lo siguiente del monje Tarthang Tulku: “Independientemente de cuán larga haya sido la noche, la luz disipa instantáneamente la oscuridad. Y de la misma manera, la visión directa de la naturaleza de la mente disipa la ignorancia, no importando el tiempo en que hayamos estado bajo su dominio”. Dice el maestro Tozán en el Hokyō Zammai:
La nieve se amontona en una
bandeja de plata,
la luz de la luna envuelve la
garza blanca.
Se parecen, pero no son lo mismo,
cuando están uno junto al otro,
entonces sólo tú los reconoces.